Javier y Rosita León

La música tradicional siempre fue parte de la familia León. La señora Demófila Rosa Lizana, madre de don Javier, tocaba guitarra traspuesta y cantaba, de ahí viene la fibra musical. «De cabro chico me gustó… la mamá y las tías todas cantaban, éramos de familia cantora», señala don Javier. Pero no solo la fibra musical fue herencia de su madre, también las raíces sanvicentanas, ya que la señora Demófila nació en el Tambo y fue criada en Requehua, mientras que don Javier nació en Limahue (comuna de Malloa).

Ya con nueve o diez años, los mayores del pueblo lo invitaban a cantar a sus fiestas. Le gustaba tanto la música que se fue a Santiago a estudiar guitarra a la escuela de don Germán del Campo, junto a su hermano Fernando León, que aprendió a tocar arpa. «Siempre me gustó la música, el cosquilleo de querer aprender», expresa don Javier. Ensayaba las posturas de las notas con una guitarra de cartón que él mismo hizo trazando líneas para simular las cuerdas. Al ver su gusto y dedicación, una amiga le regaló su primera guitarra.

Entre los numerosos hermanos de don Javier —fueron dieciocho— había guitarristas, arpistas, tecladistas, compositores, poetas y, por supuesto, todos cantaban. Por eso no es de extrañar que a don Javier siempre le gustara la música y el canto. Así, todos juntos animaban las celebraciones familiares, destacando la celebración del santo de su madre, Demófila Rosa. En ese ambiente lleno de música creció su hija Rosita.

Muy joven, a la edad de diecinueve o viente años, don Javier se fue a trabajar a Santiago, donde conoció a su esposa, doña Bernardita de Lourdes Goyac, con quien tuvo una hija, Rosita. En Santiago trabajó como músico, hasta que se trasladó junto a su familia a San Vicente. En ese momento dejó de tocar un tiempo para privilegiar otros trabajos, pero su amor por la música fue más fuerte. Se juntaba a tocar con amigos, como don Luis Duarte, acordeonista; luego formó un conjunto para tocar en rodeos, el ambiente principal en el que desarrolló su música. En este grupo lo acompañaba cantando una folclorista de Santiago, pero un día ella no pudo llegar a cantar, lo que afectó mucho a don Javier, pues iba a fallar en la tarea que tanto amaba. Ante esta situación y al verlo tan acongojado, su hija le dijo: «Se acabó, yo voy»; en ese entonces ella tenía diecinueve años. Rosita se vistió para cantar y su padre le dijo: «A usted le falta algo para verse bien chilena», y le puso su manta. Esta fue la primera de innumerables veces en las que padre e hija animaron el rodeo.

Ya con Rosita cantando, el conjunto pasó a llamarse Rosita León y Los del Estero, y quedó conformado por Rosa León como primera voz; don Javier León como primera guitarra, primera voz y segunda voz — cuando cantaba Rosita—; Osmán Lara en tercera voz y guitarra punteada; y Rubén Quintanilla, acordeonista de Peumo.

Casi por osmosis, Rosita aprendió los primeros temas mientras su padre los cantaba todos los días. Luego, como ella no tocaba guitarra, por instrucción de su madre, acudió a Chabelita Fuentes, quien le enseñó la tonada El volcán. Tomó tres o cuatro clases y luego continuó por su cuenta, recopilando canciones desde casetes y visitando rodeos donde se presentaban otras folcloristas, rescatando siempre aquellos temas que le llegaban al corazón, que la identificaban. Entre estas canciones, la tonada siempre ocupó un lugar importante, pues, como ella dice, «mi pasión es una tonada bien chicoteada, bien alegre, bien festiva, o algo muy romántico, muy lindo. Lo que a mí me gusta de los temas, es que tienen mucho contenido, la letra me tiene que dejar algo, hacer sentir algo».

Mientras vivía en Santiago, don Javier se dedicaba a la música, tocando en distintos locales y rodeos capitalinos. Junto a su hermano Fernando y dos cantoras de la zona de Buin formaron el grupo Las hermanas Castillo y los hermanos León, quienes se presentaron en distintos escenarios. «Teníamos harta pega, nos faltaba tiempo para cubrir todos los lugares donde nos llamaban, tocábamos en boites, restaurantes —en el Rancho Chileno, por ejemplo— y en rodeos en Santiago. En ese tiempo costaba mucho movilizarse, pero nosotros teníamos locomoción propia, así que podíamos hacer dobletes presentándonos en distintos locales», recuerda don Javier.

Los León nunca aceptaron rodeos muy distantes de San Vicente para no alejarse de la familia y del trabajo formal, pues la música siempre fue una pasión, su modo de disfrutar juntos, aun cuando realizaban otras ocupaciones en forma paralela. «El canto y la música fue nuestro hobby, nuestro amor, nuestra pasión», señala Rosita.

En el canto de rodeo, ocupación tremendamente exigente, se interpretan principalmente tonadas, valses y cuecas, solicitados por los huasos para acompañarlos en sus corridas. «El canto de rodeo es un trabajo muy sacrificado, no es simple… sin embargo, cuando a uno le gusta tanto, no hay otros lugares donde la folclorista chilena pueda difundir nuestra música», agrega Rosita. Durante un rodeo, se pueden llegar a interpretar entre doscientas cincuenta y trescientas canciones.

Así, de la mano de su padre, Rosita hizo su carrera musical, compartiendo lo que a ambos tanto les gustaba, con respeto, cariño y admiración.

La relación entre el canto y San Vicente siempre es patente, pues los sanvicentanos disfrutan de su música. «Nos gusta el campo, amamos la gente del campo, porque es sana, no es hipócrita. Es gente auténtica y natural», señala Rosita.

También hay espacio para la composición. Las canciones brotan sin intención, solo por inspiración. Lamentablemente, al día siguiente de un rodeo, los León sufrieron el robo del auto donde tenían los cuadernos con su repertorio, incluyendo las canciones propias, por lo que perdieron los temas que Rosita había compuesto.

Con el tiempo, don Javier comenzó a tener problemas de memoria, por lo que grabaron un CD el año 2008, llamado Rosita León y los Huasos del Estero, con doce temas. Anteriormente, cuando el grupo se inició, grabaron en Las Cabras un casete acompañados por su tío, Fernando León, en el arpa y por Osmán Lara.

Hoy en día, Rosita cuida a su padre, por lo que no cuenta con tanto tiempo. Sin embargo, el grupo no se ha disuelto y está integrado por Rosita León, Javier León, Cecilia Quintanilla en el bajo y guitarra tradicional, y Rubén Quintanilla en el acordeón.

«La música ha sido todo, yo por mí habría sido músico. Es tan linda la música, es maravillosa, yo creo que se lleva adentro esto», indica don Javier para resumir su sentir. «Me siendo totalmente realizado al ver a mi hija cantando», agrega.

Para los León, no se puede cantar si no es desde el corazón. «Cuando empiezo a cantar una canción, me meto en el tema, tan profundamente, que yo lo estoy viviendo. Lo canto y lo estoy sintiendo», afirma Rosita. Es así como la música ha llenado de felicidad sus vidas, permitiéndoles hacer lo que les gusta y liberar las tensiones del trabajo. «La cueca y la tonada, lo único que tienen que tener es una buena letra y una excelente calidad interpretativa. El intérprete lo va a hacer lindo, es un trabajo vocal, es una entrega emocional y es una entrega de dominio de escena. Tienes que hacer participar a la gente que está contigo y eso es algo innato, a mí me nace solo acercarme al público. Yo no preparo un show, me paro en el escenario y sale solo, lo que venga, yo gozo no más y si los demás gozan conmigo bien, si no, se lo pierden. El estar sobre un escenario a uno lo transforma», señala Rosita.

Hace no mucho tiempo, Rosita sentía pena por no ver caras nuevas practicando la música tradicional, no veía una renovación. Se preguntaba qué iba a pasar cuando ellos no siguieran cantando en las medialunas; esto la preocupaba, porque veía un peligro real de que se perdiera eso por lo que tantos años habían trabajado junto a su padre. Pero desde hace un tiempo, notó un resurgir de la música folclórica, sobre todo de la cueca. Le alegra mucho saber que hay nuevos conjuntos cantando en las medialunas de los rodeos y que pueden continuar con su trabajo.