Manuel Parraguez (padre e hijo)

Don Manuel Parraguez Donoso nació en Palmilla, provincia de Colchagua, en la Sexta Región. Las vueltas de la vida lo llevaron a conocer al que sería su futuro cuñado, quien lo llevó a El Inca, San Vicente, donde conoció a la que sería su esposa, la señora Marta Duarte. En ese lugar se casaron y tuvieron cinco hijos, entre ellos Manuel Parraguez Duarte, quien sigue los pasos de su padre en la poesía popular.

iempre preocupado de su comunidad, don Manuel fue dirigente sindical, dirigente deportivo y presidente del centro de padres de la escuela de La Laguna, donde estudiaron todos sus hijos. Como dirigente, continuamente organizaba actividades y logró muchos avances para la escuela, como una cancha de baby fútbol con iluminación, una sala de clases y una oficina.

Producto de la reforma agraria, a don Manuel le tocó una parcela, pero la única forma de cultivarla era endeudándose y él no tenía cómo obtener un crédito. Además, los beneficiados debían pagar por la tierra, por lo que se vio obligado a venderla a los dueños anteriores luego de dos o tres años. En ese momento, la familia debió irse de San Vicente a Santiago para buscar nuevas oportunidades. Era 1977 y su hijo Manuel tenía dieciséis años.

Ya instalados en Santiago, y siendo Manuel activo participante de la iglesia del padre Mariano Puga (donde organizaban distintas actividades comunitarias y culturales en plena dictadura militar), fue detenido y enviado a Los Muermos, en Puerto Montt, en calidad de relegado político. Allí, Manuel permaneció tres meses en 1985. Una vez liberado, la familia completa se trasladó a San Martín, Argentina, donde llegaron solo con lo puesto. Fiel a su espíritu comunitario, la familia Parraguez se ganó el afecto de sus vecinos a punta de generosidad y participación.

Dentro de su comunidad católica, los Parraguez formaron dos coros en la parroquia, uno de adultos y otro de niños, y fomentaron distintas actividades, como clases de guitarra. Pero el deseo de volver era más fuerte y, dejando atrás el cariño de la gente de San Martín, volvieron a Chile en 1989.

Don Manuel se instaló como cuidador en una casa en el lago Rapel. Luego volvió a Santiago, pero no tuvo suerte. Después, llegó a Los Ángeles y en ese lugar, en conjunto con su familia, compró una parcela el 2005, armando de a poco y con mucho esfuerzo una casa, a la que con cariño llamaron «El Sueño del Poeta». Tiempo después, y debido a las dificultades que generaba la distancia, los cinco hijos de don Manuel decidieron trasladar a sus padres al sector de Águila Sur, comuna de Paine, donde don Manuel y su señora viven hoy en día rodeados por la naturaleza, en una casa en la que cada elemento tiene su propia historia, fruto del amor familiar.

El padre de don Manuel era carbonero y labraba masas para carretas; también era asiduo a las coplas de carácter picaresco, mientras que su madre era cantora y tocaba la guitarra traspuesta. Esto le permitió a don Manuel crecer en un ambiente lleno de poesía y canto. Además, por esos años en el campo morían muchos niños, razón por la que se realizaban diversos velorios de angelitos, en los que a don Manuel le gustaba escuchar a los cantores. Así pasó su juventud escuchando a cantores como Armando, Manuel y Alfonso López de San Vicente, a Roberto Arenas de Larmahue, Pichidegua, entre muchos otros, que abundaban en el campo. «En esos tiempos no había muchas posibilidades de juntarse entre poetas, así que esas eran las oportunidades que había para escuchar», señala don Manuel, refiriéndose a los velorios de angelito y las novenas.

Pese a su interés, no fue sino hasta los treinta años que don Manuel comenzó a escribir sus propios versos, mientras vivía en El Inca. Por esos años se escuchaba, en la Radio Libertador de Rancagua, el programa El Zoológico de Ponciano, conducido por Ponciano Meléndez. Don Manuel enviaba semanalmente uno o dos versos que eran leídos en el programa. También asistía a los aniversarios de la radio, donde se reunían muchos poetas populares de diversos lugares. Fue Ponciano Meléndez quien lo bautizó como el Jaguar Incano.

A estos encuentros llevaba a su hijo Manuel, de apenas ocho años, por lo que él creció con la poesía popular.

El aprendizaje de don Manuel fue autodidacta: fue aprendiendo de lo que escuchaba, reconociendo por sí solo la métrica y la rima de los versos. Su mayor inspiración desde siempre ha sido su trabajo en el campo y la naturaleza. «Uno mirando se va inspirando. Escribía en la noche, después de llegar del trabajo, o a veces estaba en el campo, andaba con mi libretita y cuando tenía algo de tiempo escribía, me iba inspirando en la faena», señala.

Don Manuel mantiene varios cuadernos de versos y, aunque ha extraviado algunos en los numerosos cambios de casa, esto no le preocupa, pues confía en que alguien encuentre esos versos perdidos y sirvan para que otros aprendan, ya que, como él dice, «yo a nadie le niego un verso». Esta generosidad permitió que le entregara versos, entre otros, al padre Miguel Jordá, quien lo incluyó en su libro La Biblia del Pueblo, extensa recopilación de versos a lo humano y lo divino.

Los momentos para presentar sus versos eran después de los partidos de fútbol, en los actos de la escuela e incluso en las clases de sus hijos, quienes orgullosos lo llevaban o simplemente le pedían versos, brindis o adivinanzas para la escuela.

Don Manuel nunca cantó en un velorio de angelito, pero sí en algunos encuentros de canto a lo divino, como en Lourdes. También, hace pocos años, cantó en el funeral de un vecino.

El amor de don Manuel por la poesía popular y la tradición oral es compartido por toda su familia. En su casa siempre hubo adivinanzas, mentiras y versos.

De vez en cuando, don Manuel se reúne con sus hijos y entre todos arman décimas en conjunto. Su hija, Ximena, ha compuesto versos completos y Manuel, apodado «el Picaflor de San Vicente», siguió el camino del poeta popular a través, principalmente, de la improvisación, pues es payador, lo cual pone muy orgulloso a don Manuel.

El interés de Manuel por la poesía popular cobró mayor fuerza durante sus estudios de comunicación social en UNIACC, los que realizó luego de regresar a Chile. Comenzó a investigar y se dio cuenta de que los poetas populares han ido relatando los sucesos de la historia de Chile en sus versos y que los payadores son interlocutores de los temas contingentes, transformándose así en forma intrínseca en comunicadores sociales. «Los payadores son portadores de lo que quiere el pueblo, la gente pone como tema las preguntas que ellos quieren responder», señala.

La motivación por conocer el arte del payador lo llevó a asistir a los encuentros de payadores que se realizan en Pirque una vez al mes. En uno de estos encuentros, Guillermo «Bigote» Villalobos —destacado payador chileno— lo invitó a participar. «Un día el Bigote me dice: “¿usted cuándo se va a subir?” y respondí: “cuando me inviten”. Y así me empecé a subir», recuerda.

Un payador debe desempeñarse en la improvisación con diferentes métricas. Así, las primeras improvisaciones de Manuel fueron en cuarteta, pero al poco tiempo se dio cuenta de que podía hacer décimas. «No era algo que estaba buscando, nunca lo pensé», señala. Resalta la dificultad de la cuarteta, pues implica resumir una idea completa en solo cuatro líneas manteniendo la rima. Para Manuel lo más increíble fue darse cuenta de que podía improvisar cuecas.

El martes de cada semana, Manuel y otros payadores se presentan en el local El Chancho Seis, ubicado en Santiago Centro, donde realizan diferentes juegos de improvisación.

Aunque ni don Manuel (padre) ni Manuel (hijo) vivan en San Vicente, la relación con su pueblo siempre está presente en sus vidas. Muchas veces, al juntarse los hermanos Parraguez, terminan cantando el himno de la escuela de La Laguna, su escuela. «Yo donde voy digo que soy huaso de San Vicente. Viví ahí hasta los dieciséis años y todo eso: la sabiduría campesina, el trabajo de la tierra, el canto de los pájaros, el olor a tierra mojada… todo eso lo aprendí ahí», afirma Manuel.

Para Manuel, el canto a lo poeta se mantiene en lo que él llama «el patio de atrás», ese lugar donde siempre están guardadas las cosas y permanecen. «Aunque no haya una vista para todo el mundo, porque en los medios de comunicación esto no vende, siempre está ahí, el canto a lo humano y lo divino todavía está ahí, hace casi quinientos años en Chile. En las nuevas generaciones siempre va a estar, mientras haya cultores esto va a seguir», señala. Hace algunos años Manuel soñaba con que se difundiera, pero hoy prefiere que no se transforme en una moda pasajera, porque por muchos años los medios masivos vendieron la imagen de un payador falso, que solo hacía reír, en cambio el verdadero payador saca a relucir con astucia y precisión tanto sabiduría como picardía.

Tanto padre como hijo piensan que hoy en día hace falta trabajar en la enseñanza de la importancia de la poesía popular, promoviéndola como parte del currículum de los colegios en un trabajo conjunto entre profesores y cultores, partiendo por la creación e improvisación de cuartetas y de décimas.