Teófila y Santina Gutiérrez
«Me llamo Teófila González Gutiérrez, de La Orilla de Pencahue, hija de doña Santina Gutiérrez. Como ella no está, yo le canto sus canciones, sus parabienes, sus cogollos». Así es como se presenta la señora Teo, la menor de los ocho hijos de la señora Santina Gutiérrez y heredera de una vasta tradición familiar.
La señora Santina tenía cuarenta y seis años cuando nació Teo, para completar la familia compuesta por sus hijos Francisco, Inelia, Tránsito, Pascual, Ramón, Florinda y Emilio, todos nacidos en el hogar conformado junto a su marido, don Pascual González, también de La Orilla de Pencahue.
La señora Teo recuerda que su mamá contaba que cuando era joven cantaba con una prima llamada Viterba Gutiérrez, acompañada por arpa y guitarra. Los papás de la señora Santina vendían pan amasado y roscas, así es que junto a la señora Viterba cantaban cuecas y tonadas para atraer a la gente a comprar.
Fue la prima Viterba quien incentivó en todo a la señora Santina. «Si yo me hago la señal de la cruz es por la Terva», decía la señora Santina. Pero no solo eran Viterba y Santina las que cantaban y tocaban, en su familia también fueron cantoras Carmencita y Adela Gutiérrez. En la casa de la familia González Gutiérrez siempre se escuchó la guitarra. Y no solo en la casa, porque la señora Santina salía a cantar por todo el pueblo. «Pascual me daba permiso para cantarles los parabienes a los caballeros y ellos después le prestaban los bueyes para arar la tierra y así ellos se la arreglaban», contaba la señora Santina. De esta forma, toda la familia se fue impregnando de la música tradicional.
La señora Santina no solo ejercía labores relacionadas con el canto en su comunidad, también era santiguadora, bautizaba a los niños en peligro de muerte y rezaba en todas las celebraciones religiosas del pueblo, desde funerales hasta novenas del niño. De esta forma, su oficio de cantora no solo abarcaba la música, sino todo un estilo de vida funcional a su comunidad. Por supuesto, también se sabía cuentos, adivinanzas, logas y romances, que contaba a sus nietos y demás familiares.
Siempre consciente de la importancia de la riqueza cultural que portaba, la señora Santina se preocupó de enseñar su canto, de dejarlo como una herencia para las nuevas generaciones. Por esta razón, le enseñó sus canciones a su hija Teo cuando esta tenía veinte años «Me decía, anda a buscar la guitarra niña, y nos poníamos a cantar, así empecé a aprenderme sus canciones, la primera fue Negrito yo ya me voy», señala la señora Teo. La primera vez que la acompañó a tocar fuera de la casa fue a un matrimonio en el cual le cantaron los parabienes a los novios cuando salieron de la iglesia.
Juntas, la señora Santina y su hija Teo cantaban en novenas del niño, matrimonios, santos y donde se les necesitara. Esos eran los momentos para interpretar los ya mencionados parabienes, los versos del niño Dios, los esquinazos, los cogollos, otros tipos de tonadas y, por supuesto, las cuecas.
Así como le enseñó a la señora Teo sus canciones, la señora Santina le enseñó a su hija Florinda todas las oraciones que se sabía y con las que santiguaba. Lamentablemente, al fallecer la señora Florinda, estas oraciones se perdieron.
La señora Teo dice haber tomado conciencia hace muy poco de la riqueza cultural que lleva consigo; esto ocurrió específicamente cuando la señora Santina tomó la iniciativa de grabar sus canciones, a fines de los años 80. «Qué voy a hacer, niña, yo me voy a morir… todas estas cosas, por qué no las anotai”, le decía su madre. Entonces compraron una radiograbadora y comenzaron a registrar sus cantos. Además, la señora Teo fue anotando en un cuaderno todas las cosas que su mamá iba recordando. «A veces no se acordaba de palabras y en la noche me despertaba y me decía “¡Teo, Teo me acordé de la estrofa, anótala!”, y yo la anotaba medio dormida», señala.
Y no solo compartió su canto con sus hijas: la señora Santina siempre estuvo dispuesta a conversar y entregarle sus canciones a quien la fuera a visitar. Su amor por el canto fue tan grande que entonó canciones hasta el último minuto de su vida. «Días antes de que se muriera, ella cantó; con los calmantes tenía una mejoría, un momento de lucidez, y entonaba sus canciones», recuerda la señora Teo, que la cuidó hasta el final, que llegó en 1987.
Lo único que madre e hija no registraron fueron los cuentos y las adivinanzas, pero junto a Francisco y Tránsito, los hermanos que aún quedan, se reúnen a recordarlos.
La señora Teo se transformó en la semilla de su madre, en continuadora de la tradición familiar: aprendió las canciones y hasta el día de hoy las interpreta cada vez que puede, pues fue la promesa que le hizo a la señora Santina. Por ejemplo, los Versos del niño Dios, los canta en cada Noche Buena después de la misa. «La gente sabe aquí y me empieza a pedir, entonces los canto después de la misa, ahí quedo tranquila, porque ella me decía que tenía que cantar lo de ella lo que más pudiera», señala.
Hasta el día de hoy conserva los casetes de su madre y, cuando se reúnen en familia, los escuchan.
«Tía, ¿qué iremos a hacer cuando usted no esté?» le suelen preguntar sus sobrinas. Esta es, justamente, la mayor preocupación de la señora Teo: que nadie más de su familia continúe con la tradición de ser cantora. Pero aún tiene esperanzas en las nuevas generaciones, pues su gran deseo es que alguna de las más pequeñas de la familia aprenda su oficio.
Para la señora Teo, el folclore ha significado mucho, tanto así que las únicas fiestas a las que va son las peñas folclóricas, porque, según dice, ahí está su tierra. Por ello que no se explica por qué se difunde tan poco el folclore, por qué casi no se ve en la televisión ni se escucha en las radios.
Tal como lo hizo en su momento su madre, la señora Teo espera que los más jóvenes entiendan el sentido de la música tradicional, que vean cómo es el campo que se plasma en cuecas y tonadas. Esta es la batalla que ha peleado todos estos años y que seguirá peleando mientras pueda.