El Naipe Curado

Recopilado por Eugenio Bastías Cantuarias, investigador de la cultura folclórica.

El hombre del campo desprecia la “maula” a que recurre el de la ciudad para ganar el juego, o cuando menos para obtener algunas ventajas. Pero si bien es cierto, que no sabe “marcar” un naipe, no tiene empacho en “curarlo”. Y con él es invencible.

Ante un naipe de dudosa procedencia, el campesino o pescador se abstiene de hacer posturas; salvo que la baraja haya sido comprada por todos los que toman parte en el juego en el despacho vecino y rota la faja en su presencia, el hombre no se mete en el juego; aún en este último caso, hay que tener mucho tino; puede ocurrir que algún “mañoso” lo cambie aprovechándose de un descuido.

El naipe se “cura” llevándolo a un cerro, donde, sacada la envoltura, se depositan las cartas en tierra virgen, sin deshacer el mazo. Inmediatamente se prenden alrededor de la baraja siete velas benditas; el oficiante, o sea el hombre que desea poseer el naipe maravilloso, debe permanecer arrodillado a los pies de las cartas durante todo el tiempo que demoran los cirios en consumirse, con los ojos fijos en el naipe, recitando:

“San Cipriano, San Cipriano,
Cura el naipe por tu mano;
Que la pinta que yo cante
En el mazo se levante;
Y en el cuarto las cuarenta…
San Cipriano, San Cipriano
Cura el naipe por tu mano…”

Apagadas por extinción las velas, la baraja está curada; lista para entrar en juego.

Su propietario tiene en su poder un “don maravilloso”.
Fuente:
Fernández Rodríguez. Tierras de Pedro Ramírez, Santiago, Ed. La Salle, 1944.
San Vicente, sábado 28 de marzo de 2015