El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 8)

Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996

Primera parte de la historia disponible aquí.
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Séptima parte de la historia disponible aquí.

Testimonios Vivientes

Un Pariente Cercano

Pedro Cornejo es un modesto campesino que vive en una de las tantas calles sin asfalto de Pencahue, que dedica gran parte del día a cuidar unos animalitos y a cultivar el paño de tierra que posee, tares que realiza con mucho agrado, porque siempre ha sido su afán y, además, no sería rentable ocupar trabajadores.

“Malo es que lo diga, pero una de mis hermanas se casó con un hermano del “Torito”. Ese parentesco no tiene nada que ver con mi reproche, lo que pasa es que mi cuñado se ha portado mal con mi hermanita y en más de una ocasión hemos tenido que intervenir para que no la maltrate. Ellos actualmente viven en Santiago, pero  del “Torito” es muy poco lo que sé, solamente las endiabladas aventuras que siempre se han comentado y que todavía se repiten con mucha fantasía, lo que forma parte del folclor de acá. Realmente conocí muy poco a Abraham Toro, ya que nunca tuve estrechas relaciones con esa familia”, narró el pequeño propietario, tan pronto se desocupó de sus tareas para atravesar todo el predio y juntarse con nosotros.

¿Era tan malo el “Torito”, como lo pintan algunos?

Hasta donde yo sé, era una persona común y corriente que tuvo una vida muy sufrida desde que nació hasta que murió, tampoco digo que fuera un santo ni mucho menos. Sus mejores años los tuvo que pasar arrancando, y en eso sí que era diablo porque nadie lo pudo encontrar. Según me han contado, por aquí cerquita habían unos zarzales y al medio de ellos un árbol con muchas ramas donde tenía un tablero que le servía de mirador y cama. En ese lugar se escondió varias veces mi pariente. Era misterioso que algunos le conversaran y al ratito desaparecía por encanto, sin dejar rastros. A ese lugar no llegó nunca la policía, por cuanto nadie se podía imaginar que estuviera tan cerca pero a la vez tan escondido.

Vivía cerca de su casa

En San Vicente entablamos conversación con una señora que vivió desde pequeña en Pencahue y que por razones de trabajo se tuvo que trasladar a la ciudad, donde formó un hogar, ahora descansa de su merecida jubilación sobreponiéndose a una enfermedad que la dejó a maltraer hace algún tiempo. “No quiero que para nada aparezca mi nombre –nos advirtió-, ni menos que me tomen fotos, pero les voy a contar lo que sé, que no es mucho, pero ustedes verán si de algo les sirve”, fueron las primeras palabras de M. R. A.

“Algo lo conocí, como todos los que vivíamos en Pencahue en esos años. No eran muchos los habitantes y era más fácil toparse en el camino con la gente del sector, la familia del “Torito” vivía en Las Cruces. Desde la antigua cárcel de San Vicente se arrancó esposado, era soltero y en Argentina se buscó una pareja, de la cual nació María Soledad, a ella también la conocí porque después estuvo con su madre en la casa de mis padres.

En esos años hubo un robo aquí cerquita en la casa del curita de Pencahue, los asaltantes dieron muerte al matrimonio Míguez, formado por el hermano del sacerdote y su señora. A la muerte del curita, su hermano heredó la propiedad, ellos tenían un mozo de corta edad y ese fue el que mató al matrimonio. También conocí a ese sirviente e incluso en la noche del velorio estaba ayudando a servir comida a los dolientes. El muchacho estuvo preso, se arrancó de la cárcel y se fue a Argentina. Como en tantos casos parecidos, al “Torito” lo culparon de esto, pero nada tuvo que ver, porque él estaba desde hace tiempo en Argentina”, relató la señora.

¿Sabe algo de los escondites del Torito”?

La mayor parte de su largo desaparecimiento lo pasó en una cueva que había en los cerros de Tagua Tagua, la gente que vivía cerca le llevaba comida en una ollita y así se pudo alimentar. Por lo que me han contado, mucha gente lo fue a visitar a ese escondite y cuando llegaban, él tiraba su arma de fuego a tres metros de distancia para tranquilidad de los presentes. Él andaba siempre con un arma ceñida en su cintura para defenderse de cualquier atacante.

¿No le daba temor a la gente que anduviera suelto?

Mire, al comienzo hasta yo le tenía miedo, pero cuando nos dimos cuente que no era tan malo como lo pintaban, en Pencahue y el pueblo le tomaron cariño. Para mí que no era una persona tan perversa, seguramente la vida lo trató mal y la sociedad terminó por hundirlo. Era querido de la gente y el cariño aumentó cuando se supo que eran mentira todos los crímenes que se le atribuían.

La señora relató que la mamá del “Torito” era conocida de su familia y que cuando él estaba en el país trasandino ella había ido a darle las gracias y a pedirle que hablara con las autoridades para que nunca más lo buscara la justicia, porque no era malo. “Todos le conocimos como una persona sencilla, tranquila y de una figura inconfundible por su estatura. Dicen que una vez llegó disfrazado de mujer a la morgue que había en el pueblo, para ver a su hermano muerto que cayó en una batida frente a los carabineros, si mal no recuerdo”, fueron las declaraciones de M. R. A.

Continuará…