El Rescate de un Niño en San Vicente de Tagua Tagua

Escrito por Juan Carlos González Labra, investigador sanvicentano.

A principios del año 1900, en Chile, el camino que esperaba a un buen número de recién nacidos se componía de una triste realidad: el nacimiento, el abandono, y la muerte. Por esos años, la mortalidad infantil (muertes acaecidas antes del primer año de vida) llegaba al 50%. Las epidemias de enfermedades infecciosas, eran las principales causas de muerte en la población infantil. Por otra parte, la pobreza de la población, hacía que un buen número de los niños que sobrevivía, fuera abandonado en las casas de huérfanos.

Movilizado por esta cruda realidad, el Presidente Ramón Barros Luco, a principios del 1900, reunió a las familias más pudientes de Santiago, junto con distinguidos académicos y profesionales de la salud, en el Primer Congreso Nacional de Protección a la Infancia. Con obras de beneficencia se financió instituciones que se encargaron del resguardo de la salud de los niños, entre ellas se creó el Patronato Nacional de la Infancia.

Sin embargo, existía otro grupo de niños que nacía con deformaciones, llamados por esos años niños “deformes”. De ellos casi no existen datos históricos en Chile, probablemente porque esos niños eran ocultados en sus propios domicilios, en otras palabras, su propio cuerpo era una cárcel, y una habitación de su casa era otra cárcel.

Esta severa situación, también la encontramos en San Vicente de Tagua Tagua en los primeros años del siglo XX.

Hasta fines del mes de octubre de 1905, se venía rumoreando entre los sanvicentanos, y en el valle de Tagua Tagua, de la existencia de un niño “deforme”, sin paradero conocido. Era un tema que pasaba entre etapas de silencio y rumores, pero no se sabía si era verdad o era un simple rumor de pueblo chico, fundamentalmente, porque este tema de niños deformes, era un tema tabú en toda la sociedad chilena.

A mediados del mes de noviembre, la veracidad del hecho llegó a oídos del Alcalde de San Vicente de ese año 1905, don Avelino Rojas, el cual no dudó un minuto en ir a cotejar lo que desde un tiempo atrás se creía que era sólo una invención de las conversaciones entre amigos y familiares.

El Alcalde, al tomar conocimiento de este hecho, se dirigió rápidamente a la casa que ocupaba en el pueblo don Vicente Liberona, que acompañó al Alcalde al interior de su casa para que la máxima autoridad local viera con sus propios ojos al niño “deforme”. En el corredor interior de la casa, el Alcalde vio “con horror a una masa uniforme de carne humana”. La impresión dejó a la autoridad en silencio por un lapsus de tiempo, mientras su mente trataba de aceptar lo que estaba viendo. El niño se encontraba sobre “unos harapos o jergones en el más completo desaseo y sin un miserable trapo que cubriera su desnudez”. Como podemos ver, las condiciones eran inhumanas, asociadas a un martirizante pobreza, que por esos años era, muy cuantiosa en las zonas rurales de Chile.

El niño no tenía movimiento en sus piernas ni en sus brazos, además, los tenía completamente “torcidos”. Como sus extremidades superiores e inferiores nunca habían tenido movimiento y por ende sin ejercicios, la masa muscular de ellas no se había desarrollado, razón por la cual, el alcalde las describió como “descarnadas”. Don Avelino Rojas, dentro de su asombro, describió también los pies del niño, señalando que estos eran “parecidos a los del mono”.

Su estatura era de escasos 90 centímetros de largo, con evidentes signos de desnutrición. Sin lugar a dudas, este niño se alimentaba mal y junto con ello, debió pasar hambre en numerosas ocasiones, ya que, “cuando se le ofreció un pan, daba alaridos de alegría y hacía demostraciones de llevárselo a la boca”, que era “sumamente ancha y llena de grandes dientes”.

Después de esta visita, el Alcalde ordenó que el niño fuera trasladado al cuartel de policía de San Vicente para que ahí tuviera los cuidados que se le pudieran dar, “y se le dieran alimentos hasta que saciara su hambre”.

Al llegar al cuartel, al niño se le sacaron los harapos en que lo tenían envuelto, lo asearon y le pusieron ropa limpia, para luego ponerlo “en un cómodo lecho”. A su vez, se le entregaron los antecedentes del caso a la justicia ordinaria y se esperó la resolución de dicho tribunal para organizar su traslado a un asilo de Santiago.

A toda esta desgracia, se sumaba que el niño era mudo, pero no sordo, entendía lo que se le decía y manifestaba su gratitud, con “muecas y miradas”.

Se interrogó a la madre del niño, de nombre María Cornejo, la cual señaló que el niño se había criado con su abuela en la hacienda del señor Francisco Eguigúren en Las Pataguas, y que hacía dos meses que lo había traído a vivir con ella. Explicaba también, que no lo tenía en mejores condiciones porque “sus recursos no se lo permiten”. A su vez, negaba los comentarios de los vecinos que aseguraban que “se le daba mal tratamiento”, afirmando que si lo habían oído gritar, “era porque es muy caprichoso”. Esto de que era “caprichoso”, se contradecía de la conducta que el niño estaba teniendo en el cuartel de policía, que al estar bien atendido, “no ha tenido muestras de tales caprichos”.

Lo más doloroso fue saber que por su edad cronológica ya no eras un niño, sino, un adolescente, tenía 20 años.

Cuando este caso fue de conocimiento público, generó que a fines del mismo mes, se informara de la existencia de “otro caso curioso” en el barrio “ultra estación” (barrio norte).

Así fue como se hizo “El Rescate de un Niño «Deforme», en San Vicente de Tagua Tagua”, en el año 1905.

San Vicente, miércoles 9 de diciembre de 2015