El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 14)
Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996
Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.
Tercera parte de la historia disponible aquí.
Cuarta parte de la historia disponible aquí.
Quinta parte de la historia disponible aquí.
Sexta parte de la historia disponible aquí.
Séptima parte de la historia disponible aquí.
Octava parte de la historia disponible aquí.
Novena parte de la historia disponible aquí.
Décima parte de la historia disponible aquí.
Undécima parte de la historia disponible aquí.
Duodécima parte de la historia disponible aquí.
Décima Tercera parte de la historia disponible aquí.
A la llegada del “Torito” a la ciudad de Los Andes, un reportero de la revista “Intimidades y Sucesos Policiales” logró entrevistarlo. Este fue el diálogo entablado frente a sus cancerberos que lo traían desde Argentina.
– ¿Qué piensa?
– Nada, Señor.
– ¿Piensa defenderse?
– Por supuesto, pero sabré responder como hombre, porque siempre lo he sido.
– ¿Cuántos años hace que salió de Chile?
– Ocho años, señor. Me fui solo, andando a pie. Atravesé la cordillera por un paso de contrabando, sin un cinco en los bolsillos y con ganas de arrancar cuanto antes de aquí.
– ¿Por qué quería arrancar?
– Bueno… porque la policía me buscaba. Usted sabe, por eso del carabinero… Total, yo no tuve nada que ver con ese lío.
– ¿Cómo así?, ¿y por qué lo condenaron?
– Yo vi al que mató al carabinero y entonces me condenaron por encubridor. Es todo lo que sé de eso.
– ¿Y cómo se arrancó de la cárcel?
– Abrí un hoyo. Yo me arranqué solo, nadie me ayudó.
– ¿Pero esa vez no le ayudaron? Antes tuvo siempre ayuda del pueblo. Porque le ayudaba el pueblo, ¿no lo sabía usted?
– No, señor. Pero sé que la gente me quería, a cada momento me ofrecían ayuda. No quería que me pillara la policía.
– ¿A dónde se fue?
– A San Rafael de Mendoza. Tenía hambre y encontré trabajo. Todos me ofrecieron sus casa y así pude reiniciar mi vida.
– ¿Alguno de los que le ayudaban le indicó que se fuera a la Argentina?
– No, señor. Me fui por mi cuenta y porque sabía que en Argentina iría a encontrar tranquilidad y trabajo.
– ¿A dónde fue a dar?
– Al otro lado de la cordillera. Me ocupé de agricultor en una finca, y cuando supe de un trabajo en una mina, más arriba, me las eché para allá. Allí laboré durante tres años, hasta que conseguí juntar plata. Unos tres mil pesos, más o menos; con ellos en el bolso me largué pa’l pueblo, donde me pude radicar.
– ¿Nadie le preguntaba de dónde era?
– Ya había agarrado el acento mendocino y cuando me preguntaban el nombre les decía que me llamaba Juan de Díaz Osorio, que era maestro zapatero y que había nacido en el departamento General Perón. Todos me decían el “maestro Juan” y con ese nombre gané fama en el lugar. Instalé mi taller remendón en calle Comandante Torres, al número 60, un negocito chico que fue luego p’arriba.
– ¿Aprendió allí zapatería?
– No, supe esa profesión cuando estuve en la cárcel. Entre rejas aprendí a estaquillar y a remendar. Me irvió harto esa pega, porque la plata apareció luego por ese lado.
– ¿Cómo te iba?
– Y… bien… Un día con otro, unos cien pesos.
– ¿Vivía solo?
– Vivía con mi mujer.
– ¿Casado?
– No. Vivíamos así. Pero yo la quería mucho. Cuando me dio una hija, la quise más.
– ¡Ah! ¿Tiene una hijita?
– Sí, señor. Tiene 2 años y es bonita.
– ¿Cómo se llama?
– Soledad.
– ¿Su mujer, nada sabe de esto?
– No, señor. Me atajaron en la calle. Pero le pedí al comisario que mandase mi bicicleta a la casa, para que mi mujer se diese cuenta de todo. Pero la verdad es que ella no puede darse cuenta…
– ¿Por qué, Abraham?
– Porque ella no tiene idea que yo soy esto. Cree ella que soy su Juan y que nunca he tenido nada que ver con la policía. Cuando me detuvieron por cargar armas, en Argentina, ella se asustó. Yo, en cambio, no mucho… Y usted sabe, me buscaban tanto.
– ¿Y qué piensa hacer con ella?
– Pedirle que venda todo y que se venga para acá; que me vea donde llegué a quedar.
– ¿No pensó fugarse cuando lo detuvieron ahora?
– No, señor. Ya le dije que soy hombre y sabré soportar lo malo y lo bueno.
– ¿Qué más le preocupa?
– Me extraña, señor… mi mujer, mi niña. Es todo lo que tengo en el mundo y lo que más quiero. Pobrecita la chica, no sabe lo que le pasa a su papá.
– ¿Qué sabe de su familia?
– No sé nada de mi hogar. Unos dicen que mi madre ha muerto, mientras que otros aseguran que vive y sufre por mí. Mi padre parece que pasó a otra vida y según me han contado, a mi hermano mayor lo mataron hace poco.
– ¿No se escribía con los de su casa?
– No, señor.
– ¿No sabe escribir?
– Sí. Sé leer y escribir, pero tenía miedo que me pillaran por medio de una carta.
– ¿Extrañaba su hogar?
– Sí, señor. A veces lloraba recordando mi pueblo y mi casita en San Vicente.
– ¿Nunca pensó en volver a Chile?
– Ganas tenía, pero usted me comprende, para qué iba a volver a sufrir. Total, aquí siempre lo pasé mal. Me persiguieron y me hicieron la vida imposible. Debo decirles que me han cargado cuanto malo se ha hecho por aquí. Soy inocente, totalmente inocente.
– ¿Qué hará ahora?
– Esperar como hombre a que me juzguen.
– ¿Y cree que le irá bien?
– No quiero pensar en eso, señor. Soy un roto de mala suerte.
Continuará…