El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 2)

Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996

Primera parte de la historia disponible aquí.

Para Saber y Contar

El humilde matrimonio del sector de La Laguna, formado por Daniel Toro y Sofía Díaz, tuvo cinco hijos: Heriberto, Efraín, Ramón, Abraham Segundo y Marina. Don Daniel era uno más de los labriegos que trabajaban de sol a sol en la cadena de fundos de la comuna. En ese ambiente se criaron los hermanos, sin aprender ni el ojo del silabario, ayudando en los quehaceres de la choza y esperando cumplir la edad para salir al mismo trabajo que estaba predestinado para toda la juventud de la época, que no era más que hundirse en la tierra para hacerla producir, de lo contrario –vaya la mentalidad- eran considerados zánganos por los patrones.

El pequeño Abraham había cumplido 10 años (en 1924, para mayor ilustración) y tenía que seguir forzosamente el destino de sus hermanos mayores. Muy en contra de su voluntad se tuvo que desligar por primera vez del regazo de su madre, a quien tanto quería, para ir a cuidar cerdos y aves en el fundo El Niche, al poniente de San Vicente y vecino a La Laguna, donde se había trasladado la familia buscando la fuente laboral que ni siquiera era de mayores expectativas económicas, porque en el campo no las había en aquel entonces.

Es entendible el dolor que debe haber sentido el pequeño, que tan bruscamente le separaran del amor maternal cuando de la vida no conocía otra cosa que gozar de sus cuidados y revolotear por los cerros que rodeaban la modesta vivienda. Tenía que convertirse en hombre, le habían dicho los de más edad, y no quedaba más que “ponerle el hombro”. En esas circunstancias, no tuvo más amigos que los porcinos y las aves domésticas que debía vigilar a diario. Tuvo su primera escapatoria de la muerte al quedar atrapado entre el lodo y la techumbre de las chancheras tras un terrible aguacero. Su habilidad para arañar la podredumbre y la fuerza se sus músculos le permitieron salir airoso. Los mayores que acudieron al final, no se explicaban cómo había podido hacerlo –es un verdadero torito- , habrían dicho. De allí en adelante todos los conocerían por “Torito”. Así lo pasó en los próximos tres años de su existencia hasta que el primer signo de rebeldía afloró en su ser, todo por culpa de un cabrito de cerro que había encontrado abandonado y con quien se había encariñado entrañablemente. Porfió para que su patrón no lo marcara como al resto de los animales, mas, al no ser escuchados sus ruegos y negándosele también su jornal, salió a buscar otra forma de ganarse la vida.

A los 13 años el pequeño Abraham era todo un “hombre”. Se había aliado a dos “trateros” que se desempeñaban en abrir surcos y talar árboles para llevarlos a los aserraderos. La misma especialidad les llevó a recorrer muchos campos de la zona, continuando “Torito” muy entusiasmado con su trabajo, pero a la vez dolido de tener que apartarse tantos kilómetros de su madre Sofía, a quien visitaba cada vez que su trabajo se lo permitía. Peumo, Coltauco, Doñihue, Rancagua y Graneros conocieron de sus dotes laborales y también de sus primeros amores con tarifa, que los tres trateros buscaban por las noches después de una paga para distraerse de las pesadas faenas.

En ese ambiente mundano tan propenso a riñas debido al exceso de licor, el “Torito” fue llevado a soportar los rigores de las rencillas, que propiciaban sus aliados con más experiencia en los vicios. En más de una ocasión tuvieron que arrancar de las casas de niñas, para no caer ante la amenaza de un arma blanca asesina.

Continuará…