Para toda la compaña…

Caballero y señorita
arrayán que se florece
mi corazón por servirle
llora, suspira y padece [1]

Hoy todo transcurre rápido y la música no es la excepción. Muchas veces -no siempre, por fortuna- si nos detenemos a escuchar, encontramos letras carentes de contenido y repetitivas, casi como un simple relleno o parte de una receta garantizada para lograr el tan anhelado “éxito” individual.

Con toda su relativa simpleza, en la música tradicional tenemos el efecto contrario: si nos detenemos a escuchar, encontramos elementos musicales, literarios y culturales tremendamente complejos. Hallamos formas de vida hechas canción.

La cantora, pieza fundamental de nuestra cultura tradicional, en su figura multidimensional, es portadora de conocimientos ancestrales, heredados de generación en generación y curtidos en el rigor de su propia vida. Con todos los matices que puede tener, hagamos el ejercicio de pensar en una antigua mujer de campo que debió aprender a desarrollar oficios diversos para sobrellevar todas las dificultades de su tiempo: se hizo costurera, experta cocinera, paciente tejedora, alfarera muchas veces, requerida partera, hábil memorista, alegre y sufriente intérprete, alegre jardinera, fervorosa santiguadora, yerbatera en una invisible herencia prehispánica de coexistencia con su medio y respeto por la naturaleza, y un largo etcétera. Esta cantora, al interpretar sus letras y melodías, nos va entregando todos estos conocimientos a modo de gran y valioso regalo.

El cantor y poeta popular, por otro lado, siendo un eximio observador de su medio y también, como la cantora, el resultado de una amalgama cultural en la que sobreviven aquellos elementos que son significativos e identitarios, se relaciona de igual forma con el correcto uso de este saber colectivo y con su reproducción en forma de presente para quien lo escuche.

Por cierto -y vale la pena aclarar- que podemos extrapolar este mismo ejercicio al día de hoy y el resultado sería el mismo, cambiando por supuesto las ocupaciones propias de la cantora o del cantor, pero siempre en una figura multidimensional partícipe de esta cadena de aprendizaje multigeneracional.

Este regalo del que hacemos mención se hace tremendamente patente y demostrativo en los bien conocidos “cogollos” o versos que son parte de la canción a través de los cuales la cantora o el cantor ofrece su interpretación a una persona, un grupo de personas o una situación específica. Esta fórmula está presente en muchas tonadas chilenas (o más bien del cono sur de América) principalmente en cuarteta, aunque también a veces en décima.

Para todos los presentes
en caso que aquí quisieran
yo a mi corazón los dentrara
miles florcitas les diera
les diera una margarita
una bonita azucena
una malvita jaspeada
para que se divirtieran
la congona pa’ remedio
y el toronjil pa’ la pena [2]

Resulta sumamente interesante observar estos cogollos y despedidas. ¿Será casual acaso que la cantora (o cantor) entregue como obsequio su canto mediante una referencia a una planta, árbol o flor? Pareciera ser que no. En la profunda relación con su medio y habiendo heredado el conocimiento de sus ancestros, esta sabia mujer (u hombre) va recreando de cierto modo algún antiguo rito cuasi chamánico donde se entrega el regalo de la vida o del buen vivir con la ayuda de la naturaleza, en un proceso de armonía colectiva, acompañando en general esta dádiva con una sentencia profunda y decidora.

Señoritas y señoras
cascarita de laurel
el amorcito es muy bueno
pero cuidado con él [3]

Este ramillete de algún modo resalta aún más la función social de la cantora y del cantor, pero también denota la cercanía con sus oyentes. No se trata, como pasa hoy en día, de un sujeto idolatrado y visto en forma totalmente vertical, hacia arriba, sino que se establece una relación horizontal donde tan importante es la cantora o cantor como su público predispuesto a la escucha respetuosa y que recibe, en agradecimiento, este obsequio tan preciado.

Porque, ¿qué regalo puede ser más valioso que el que nos entrega esta curandera del alma o este portador de la memoria de su pueblo?

[4]

Para todos los presentes
varillita de cedrón
que me disculpen les pido
no lo puedo hacer mejor [5]

Para todos los lectores
varillita de romero
regalo puro y valioso
es el canto más sincero

Felipe Valdés González
San Vicente de Tagua Tagua, miércoles 9 de octubre de 2019


[1] María Cisternas, Penco. En «Esta guitarra que toco», Patricia Chavarría, revista Neuma, año 7, vol 2, pág 147.

[2] «La flor» Olga Núñez, de Junquillar de Putú. En «La tonada: testimonios para el futuro», Margot Loyola Palacios, pág 188.

[3] «Lágrimas son las que almuerzo», Julia Muñoz, de Nilahue, Colchagua. En «La tonada: testimonios para el futuro», Margot Loyola Palacios, pág 167.

[4] «Cogollos a sus hijos», Santina Gutiérrez, de la Orilla de Pencahue, San Vicente de Tagua Tagua. Grabación familiar casera realizada a fines de los años 80′.

[5] María Alejandrina torres Vega. En «Canto, palabra y memoria campesina», Isabel Araya, Patricia Chavarría y Paula Mariángel, pág 64.