El peñón de Idahue o la Princesa de la aurora
Recopilado por Eugenio Bastías Cantuarias, investigador de la cultura folclórica.
Había en años remotos, en este valle, un reino. Palacios de oro y piedras preciosas daban albergue a los grandes. Un gran ejército lo guarnecía. La princesa era la única hija del rey, su galardón, el más suntuosos florón de su corona. Creció en regalía y en belleza; nadie puso vallas a sus caprichosos deseares. Cuando fue jovencita, un cortejo de damas como la plata tuvo para su servicio.
Nada la satisfacía. Buzos juveniles arrancaban, a costa de sus vidas, para ella, las perlas rosadas del oriente; hombres recios buscaban piedras preciosas y tejedores de ensueño formaban las telas de sus trajes; pero nada le gustaba. Veinte veces al día cambiaba sus vestidos, que sólo usaba veinte minutos. Pasaba preocupada de su bello rostro, el más hermoso del mundo: ¡se encontraba fea! Era una pesadilla para modistas, orífices, lapidarios y perfumistas…
Su padre le decía humildemente que, como humillaba a sus damas, debía moderarse; pero ella no le hacía caso. Dios se irritó y acudió a verla. Le dijo:
-Tú eres molesta, siembras pecados; no recuerdas que un día serás polvo y que sólo tus bondades –que son escasas- te servirán para el último juicio. ¡Modérate! Piensa que con lo que tú arrojas el reino viviría feliz. ¡Modérate!
Pero ni a Dios obedeció. Un día cualquiera Dios la tomó de un cabello y la condujo hacia el peñón de Idahue. Ahí la encerró. Y su sentencia dijo:
-Estarás encerrada hasta que moderes tu vanidad sin límites. En cada aurora, tu cárcel, que tendrá agua, flores y suave luz, se abrirá; tú podrás salir a la libertad en la mañana, en que laves tu rostro en el agua pura; pero si al salir resuelves perfumarte o darte afeites, volverás a tu prisión.
Ella puede libertarse cuando lo desee; quiere ella hacerlo; con agua clara se limpia; se abre la puerta, sale, se peina, pero al querer marchar hacia el mundo, en su espejo de oro mira su faz y dice:
-¡Ay, por Dios!, parezco mona.
Vuelve a alindarse y queda de nuevo encerrada. Y allí estará castigada por vanidosa hasta que el mundo pare su rodar. Ya desapareció su reino, todo lo que amaba ha desaparecido, todo, menos su coquetería que es el grillete y la cadena que la atarán hasta el momento en que la llame el juicio de Dios…
Fuente:
Acevedo Hernández, Antonio. Leyendas chilenas, Santiago, Nascimento, 1952.
San Vicente, jueves 9 de abril de 2015