El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 5)
Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996
Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.
Tercera parte de la historia disponible aquí.
Cuarta parte de la historia disponible aquí.
La Fuga de San Vicente
Pasaron muchas aventuras y peripecias en la vida de Abraham Toro antes de caer en las manos de sus perseguidores. Asaltos, trabajos ocasionales en labores mineras cerca de la capital y amoríos en el barrio San Alfonso o la calle Aurora de Rancagua, así también algunas noches bohemias en la quinta de recreo “Las Patas Chicas”, cercana a Pencahue, donde el bandolero era muy querido por las dueñas de casa y los parroquianos de las haciendas cercanas, que se embriagaban cada fin de semana al ritmo de los bailes con una voz –a todo pulmón- que acompañaban las guitarras y el acordeón del conjunto de turno.
Huyendo de una fechoría cometida a unos paisanos de Santiago, la policía le da caza mientras dormía en un pajal cerca de Alhué. En el Retén de la localidad nada confiesa el detenido, es trasladado a Melipilla y de allí a la vieja cárcel de San Vicente, que a la sazón estaba ubicada en Barrio Norte. Mientras los judiciales preparaban la sentencia por el crimen cometido contra Micali, el atrapado tenía el tiempo muy ocupado en tramar la fuga. No se imaginaba para nada permanecer por mucho tiempo tras los barrotes de una celda, ni menos soportar los pesados grillos que dañaban sus carnes. El “Torito” era un detenido extremadamente peligroso, de sus delitos hablaba todo Chile, su rostro con un vendaje albo en su cabeza, testimoniando los golpes recibidos al ser capturado, había recorrido todo el país a través de la gran cobertura que habían dado los diarios. Por eso pasaba todo el día maniatado y por las noches una cadena atada a una de sus piernas y al catre metálico de su lúgubre prisión.
Las carcomidas paredes de adobe le abrieron el apetito. Era cosa de zafarse de las ataduras para alanzar la calle. Pacientemente empezó a limar silenciosamente (¿quién pasó la herramienta?) un eslabón de la cadena durante la noche, cumpliendo su objetivo al filo de apuntar el alba. Romper un boquerón fue más fácil, siempre con sus grillos en los tobillos avanzó dificultosamente unas cuadras y se refugió entre los castillos de tablas y el aserrín de una barraca cercana. Durante todo el día (8 de noviembre de 1941) permaneció inmutable allí, viendo pasar decenas de carabineros y gendarmes que se movilizaban en todas direcciones tras su recaptura.
Al caer la noche abandonó el escondite, siendo su próximo paso la casa de un amigo herrero que le quitó sus molestas ataduras, curándole sus heridas y saciándole del hambre y la sed que se lo comía por dentro. La libertad nuevamente le sonreía, las puertas de nuevas aventuras estaban a su merced. De ahora en adelante “Torito” era el bandolero más buscado en todo el territorio y en todas partes aparecía e fantasma, que todos decían ver para relacionarlo con cuanto crimen o salto sucedía de sur a norte.
Continuará…